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Otra de Wang Kar Wai

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Una historia de amor apenas insinuada. Dos personas elegantes, el tímido y ella bellísima (), reprimidas por la culpa del deseo; contenidos por el pecado que falta a la moral. Con ánimo de amar, del director chino Wong Kar Wei, logra ser contada en imágenes, casi en silencio, pero en ese perfecto equilibrio oriental.

Sobre eso mismo e
l director reflexiona: “Resultaría aburrida una película sobre un hombre y una mujer que se aman y se conocen en el momento preciso y son felices. ¿A quién le importa eso? Nosotros queremos saber qué les ocurre a esas personas que no se encuentran nunca, que sobreviven sabiendo que en realidad para ellos sólo existió aquel amor”.

Los protagonistas viven en el Hong Kong de los años 60. En departamentos contiguos, con parejas que nunca están. La soledad los acerca pero ellos no se animan a enamorarse.

Kar Wei logra mostrar la distancia emocional ocultando en los diálogos a alguno de los dos y reiterando los fuera de foco.

La música completa las escenas: los boleros de Nat King Cole suenan en cada acercamiento y el "quizás, quizás, quizás"
de fondo, de la canción de Osvaldo Farres, resume ese amor que nunca los encontrará.

Ésa unión (desunión) escondida es la que el cineasta nos deja ver a medias por la cerradura de alguna puerta o a través de una ventana.

El espacio que comparten es siempre pequeño. Calles angostas y dormitorios pegados que, sin embargo, sostienen su lejanía.

Al igual que en My Blue Berry Nights, los simbolismos aparecen recurrentemente. La imagen repetida del reloj en la pared y los cuarenta cambios de vestidos de la Señora Chan, a veces combinados con el tapizado de fondo, nos advierten sobre el paso del tiempo.

Otra vez, los encuentros en penumbras bajo la lluvia; la escusa de la comida, que permite la reunión; las coincidencias, la luz tenue, el encuadre recortado y la lentitud en la acción.

El final de Con ánimo de Amar, es un punto aparte en la narración. El crítico de cine, Ruben Corral, lo define:
“La lógica que preside la primera hora de la película comienza a resquebrajarse en la parte final, investida de una naturaleza religiosa derivada de la definición del personaje que encarna Tony Leung. El viaje a Camboya, con visita al templo del Angkor Wat, deja en evidencia la opción formalista del director a lo largo del resto de la película”.

“Una enigmática mezcla final de tintes católicos en una colonia oriental visitada por Charles De Gaulle, un templo tan grande y ruinoso con el que establecer comparaciones”, resume.

Te recomiendo una peli

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My Blue Berry Nights (2007), del cineasta chino Wong Kar Wai, es la última de una trilogía (Con ánimo de Amar y 2046, fueron las anteriores) dedicada a las emociones que acompañan al amor de pareja.

El argumento es simple: una joven llamada Elizabeth (Norah Jones), lastimada por un desamor, emprende un viaje sin destino en el que se cruzará con tres historias complejas, a partir de las cuáles decidirá volver a su lugar de origen.

De todas formas, no es la trama el condimento fuerte de ésta película, todos sabemos cómo terminará. Son los simbolismos, la fotografía, la belleza de los actores (Jude Law, David Strathairn, Rachel Weisz, Natalie Portman y Tim Roth), el sonido y los silencios, el movimiento y la quietud los que componen una obra de arte, provocadora de sensaciones.

En el inicio, Elizabeth transcurre la mayor parte del tiempo delante o detrás de la barra de algún bar. Es ella, primero, la que ha sido abandonada en una relación de pareja, la que necesita encontrar un lugar, la que ha dejado las llaves y aún no puede cerrar la puerta.

Será ella también después, aunque al revés, la que escuchará lamentos y observará los peores vicios. Será siempre ella, la que reúna historias de abandono y soledad, a lo largo de su viaje circular.

La atmósfera taciturna y melancólica, generada por luces saturadas, planos detalle, encuadres fuera de foco y fundidos en negro, acompaña las escenas durante todo el film.

La escenografía urbana, ambientada en el Barrio Soho de la Ciudad de Nueva York, y el vestuario cool, lucido por personajes que representan a personas reales, alejados de estereotipos propios del cine comercial estadounidense, proponen una estética posmoderna definida.

En esta película de relaciones rotas y huidas constantes, de personajes exóticos y luz de neón, de vicios, casino y alcohol no hay lugar para un espectador pasivo que no sea estimulado en sus cinco sentidos.